Cual, si de un monólogo se tratara, así pareciere ayer la intervención de Luis Landero Durán; encargado del discurso del Día de Extremadura que tanta gracia hizo y tantas risas arrancó a los presentes. Ríanse de la fabulosa actuación del actor Carlos Javier Sobera Prado, en “Miles Gloriosus”, de Plauto, dentro de la sexagésima octava edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida. Representación esta última que nos deleitó exponiendo de forma cómica y caricaturizada la soberbia, presunción, fanfarronería y el narcisismo exacerbado, rozando lo patológico que, en clave de humor, hizo las delicias del público a primeros de agosto.
Justo un mes más tarde, en el mismo escenario de las Siete Sillas, se celebra el acto institucional que celebra nuestro día, el de todos los que somos y nos sentimos extremeños. Ataviado con su camisa blanca de pureza y honestidad. Con la anudada y distintiva corbata roja reivindicativa de la igualdad y la justicia social. Cubierto por la pragmática e individualista chaqueta azul, adecuada a la solemne ocasión.
Se acerca al atril y respira profundo, protegiéndose con sus lentes correctoras y delatoras de su presbicia y experiencia, a partes iguales. Deposita suavemente, como buen estratega el manifiesto, en principio inofensivo que, se destapa como plataforma que alberga el arma más eficaz jamás inventada por el hombre: la palabra.
Y da comienzo una auténtica lección magistral de honradez y valentía intelectual que excede y desborda el coeficiente intelectual de al menos una parte del respetable. Como hiciera en su obra “Juegos de la edad tardía,” expone tranquila y pausadamente realidades que son de todo menos graciosas. Que tal parece que algunos han accedido al Teatro Romano con un mes de retraso y añorantes de aquella actuación han atesorado las risas para este instante.

El de Alburquerque, procedente de una familia campesina, como muchos de nosotros, estudió filología hispánica en la Universidad Complutense y en ella ejerció de profesor titular de lengua y literatura española, en la Real Escuela Superior de Arte Dramático y en la Universidad de Yale. Entre los numerosos premios recibidos destaco: el Premio Nacional de literatura y la concesión de la Medalla de Extremadura.
Sirva lo anterior como preámbulo de lo siguiente:
No parece que de lo ya mencionado se derive ningún tipo de competencia para Leo Harlem o nuestro querido trujillano Agustín Jiménez. Si bien es cierto que hizo sus pinitos como guitarrista y que dio clases en la de arte dramático. El discurso de ayer fue serio, muy serio. Expuso el hartazgo de buena parte de la ciudadanía a tantas risas y tantas mentiras.
Así, oír, del latín “audire” y según la Real Academia Española de la Lengua, tiene cinco acepciones todas ellas aplicables a esta ocasión que nos ocupa:
1.- Percibir con el oído los sonidos.
2.- Dicho de una persona: Atender los ruegos, súplicas o avisos de alguien, o a alguien.
3.- Hacerse cargo, o darse por enterado, de aquello de que le hablan.
4.- Asistir a la explicación que el maestro hace de una facultad para aprenderla.
5.- Dicho de la autoridad: Tomar en consideración las alegaciones de las partes antes de resolver la cuestión debatida.
Por su parte, escuchar, del latín “auscultare” y según la Real Academia Española de la Lengua, tiene cuatro acepciones y de nuevo todas ellas aplicables a lo que nos referimos:
1.- Prestar atención a lo que se oye.
2.- Dar oídos, atender a un aviso, consejo o sugerencia.
3.- Aplicar el oído para oír algo.
4.- Hablar o recitar con pausas afectadas.
Si alguno de los asistentes al acto, además de oír, se encuentra entre los propuestos para disfrutar del cono y los círculos concéntricos descritos por Dante, le ruego encarecidamente que escuche. Y quizás, solo quizás, deje de ser un canalla.












