Alicia, en tus Buenos Aires queridos, en otro tiempo oscuro el país de los milicos, seguro que te llega mi emoción entrecortada, tragando con dificultad saliva, mientras habita el silencio prolongado de cada una de las palabras certeras; de miedo, de rabia o de risa del fiscal Ricardo Darín Strassera. Tal vez porque el pasado nunca pasa me vuelve tu nombre, tu voz y tu eterna geografía sentado en una butaca del Cine Alkázar de Plasencia.
En el año 1981, en un aula de la facultad de Psicología de Barcelona, conozco a Alicia, hija y nieta de gallegos republicanos de Pontevedra, exiliados que como casi todos ellos regentan un colmado en cualquier esquina en un barrio de la capital bonaerense. A su padre, cuando era chiquita, le lee textos sobre sociedades utópicas, alimentándose de lecturas imposibles como si fuesen cuentos de los hermanos Grimn, para terminar creyendo que ella será una princesita en un país de iguales. Toca el piano. Baila malambo, son, merengue y cumbia.
Todo son sueños, pero el General Perón muere y la bruja de su segunda esposa, abducida por López Rega comienza el gobierno de la zafiedad. Desde la presidencia de Isabelita en 1973, desde la guerra fría entre el bloque comunista y los EE.UU., desde la derrota de los gringos en la Guerra del Vietnan, Argentina era una excepción en el cono sur manteniendo a duras penas un regimen seudodemocrático. Eran tiempos de las botas militares con Banzer en Bolivia, Pinochet en Chile, Stroessner en Paraguay o Bordaberry en Uruguay. Lo de EE.UU. es hacer turismos cuando visita un país.
Alicia, siendo muy joven, obtiene el mejor expediente para un puesto del Ministerio de Defensa argentino, teniendo acceso a información delicada que transfería a sus compañeros. Por las tardes, estudia Antropología y por las noches, movilización en el barrio, aprendiendo técnicas de guerrilla de un manual montonero para una escapada urgente. Un día, al entrar en la oficina percibe silencios que hablaban, miradas asustadas y mesas que quedaban desiertas.
A la salida del trabajo de aquellos extraños días, visita a su madre y un día, unos cobardes, la esperan agazapados con capuchas y grilletes para “desaparecerla” en un Ford Falcon verde. Solo tiene veintitrés años y no sabe que va a ver un mundo que no quiere ver. Un mundo no soñado, no imaginado, inexistente hasta ese momento. Un miedo desconocido la abraza, como el dolor, la soledad y el horror. El olor a ciruela casera ya no se incrustará entre las entretelas de su vestido. Vienen y llegan las voces y los silencios. Voces de gente oscura que no tienen cara.
Gracias a la actuación de Amnistía y el Gobierno de Suecia, la ponen en la frontera con Ecuador. Suerte que aún no había llegado Videla, ni Massera con la ESMA de la picana, ni los desaparecidos en el Mar de Plata. Y pasa por Guayaquil y Quito sin equipaje. Atraviesa Cali, Bogotá, Guatemala, siendo olmeca en México. Llora en el Templo de los Guerreros de Chichén Itza o en Palenque, en el Templo del Sol. Pisa la tierra Maya, Inca y Azteca. O es fusilada simuladamente en Panamá. “Pum-Pum, Pum-Pum…” En casi todos esos espacios siderales, llora. Alicia, ha dejado de jugar con su muñeca Gracielita. Ya no baila en el teatro Pompeya, ni sueña con la varita mágica de Merlín para cambiar el mundo.
Decía Strassera que contra el olvido, estaba la memoria. Tal vez por eso yo cada vez escribo más, para que no se me olvide por dónde he pasado y lo que he visto. Por eso sé que te recuerdo. Es mi forma de cuidarte. Para no olvidar y enseñar a otros a tener memoria.
Cómo no recordar en tu casa de metro Fontana, en Barcelona, tus largos dedos acariciando, uno tras otro, un cigarro compulsivo, diciéndome “vos, sos un pelotudo, flaco”, para hacerme entender de una vez lo que era un peronista de izquierdas. Sobre una mesa camilla, un paquete de tabaco, un libro de Levis-Strauss, unas tazas de café y alrededor de ella dos nostálgicos de nuestras tierras, preguntándonos si será posible algún día volver a nuestros planetas territoriales. Confluencia de mate, dulce de leche y oxigeno de mis encinas. Sí, Alicia, lo hemos logrado. Tú en Argentina y yo en mi barrio.
Cuantas horas hablando de su viaje, jamás imaginado. -¿En qué momento te jodieron la vida, gallega? – Sí, flaco, desde que Isabelita se echó en los brazos del Brujo y éste en manos de los que hostigaron, secuestraron, torturaron y asesinaron sin control a lo más molesto de la inteligencia argentina.
Gracias a Alfonsín, a Strassera, a Alicia Dolores Martínez, una sobreviviente, con la que compartí un tiempo. Una mujer a la que sigo admirando. Para que vuelva a jugar con su muñeca Gracielita y sus vestidos huelan a mermelada de ciruela o de frambuesa. A todos sus iguales y “desparecidos” ¡Nunca más!













Ya veo, amigo Miguel, que te has encaramado encima de la barricada, con el lápiz en ristre. Hasta la fecha, me he alimentado con las estrofas de las columnas que llevas escritas en este nuevo DIARIO DE PLASENCIA y, sinceramente, me saben bien, como esta última donde una Alicia argentina con raíces gallegas, peronista de izquierdas (¡chapeau!), habla por tu boca y cuenta cómo sobrevivió al odio de las escuadras negras del amanecer. Enhorabuena por tus torcidos renglones pero que trazan maravillosas paralelas. Los renglones rectos son propios de la gente de la Ley y el Orden; o sea, de su ley y de su orden (el Fascio, que aún sigue cabalgando por el Planeta).
¡Salú y juerza pa siguil encaramau en la barricá!
Un abrazo en rojinegro.
Félix Barroso Gutiérrez.
Así es, amigo Felix. Alicia, vive hoy en Buenos Aires. Tiene 70 años y sigue luchando por sus ideas y las nuestras. El relato es más largo y dramático, tan real como la vida. Es de esas personas que nunca podrás olvidar.
Cuando quieras escribir, no te cortes y envía tus reflexiones al Diario. Seguiremos molestando, Félix.
Un abrazo fuerte.