Con el grito de “Viva las caenas”, se puso fin al trienio liberal de Riego y a renglón seguido el obispo de Jaén, celebró un Te Deum por la captura del capitán general. Vuelta al absolutismo y otro paso atrás en la modernización de las instituciones en España y ya solo es un nombre que se usa como la alfombra para ocultar privilegios. Riego ha sido ahorcado, y fusilado luego Torrijos. En la pintura de Antonio Gisbert, asido de la mano por el venerable Fernández Golfín; uno de los extremeños de aquella Constitución, se intuye la dignidad de un hombre progresista que murió gritando, ¡Viva La libertad!
Aquellas ideas del extremeño Muñoz Torrero en las Cortes de Cádiz de 1812, arengando sobre el fin de la Santa Inquisición, el principio de la sociedad civil, la justicia y la libertad de prensa, afirmando que la soberanía residía en las Cortes y en la división de los tres poderes, daban el portazo al absolutismo monárquico en la Constitución de “La Pepa”. Otro extremeño ilustre como Antonio Oliveros afirmaba que la censura de la imprenta era contraria a la propagación de las luces. El siglo XIX nos trajo uno de los más violentos de su historia: guerras de sucesión, golpes de estado, intentonas, sublevaciones, asonadas, rebeliones cantonales… Privilegios de la nobleza o de la iglesia disfrazados de valores. ¡Por Dios, por la Patria y el Rey!
Era la pulsión de España, también la de ahora, la España de los mitos, creencias atávicas y privilegios de una nobleza rancia, contra aquella otra liberal, moderna e ilustrada. Son las dos Españas de las que hablaba Machado: “Ya hay un español que quiere vivir a vivir empieza. Entre una España que muere y otra España que bosteza”. La España de la prosa que trabaja y revienta, la otra España; la de la lírica de las banderas y la épica de las batallas y las pistolas.
España es una anomalía; pensadores y poetas sin ejército, y batallones de ignorantes sacralizando el despotismo.
A una revolución liberal, le sigue una absolutista y vuelta a empezar. Tiempos de desamortizaciones de Mendizábal y Madoz, de las denominadas manos muertas que financiaron más guerras entre isabelinos y carlistas. Tiempos de monarquías de reyes felones o liberales aunque corruptas. De moderados y progresistas, de militares como Narváez y Espartero. De bienios progresitas decepcionantes que no arriesgan en las respuestas sociales. Tiempos de organizaciones obreras reprimidas y prohibidas. Retorica revolucionaria pero sin revolución social. Siempre la Iglesia y la Nobleza de por medio. Tiempos de cambios constitucionales en un juego de trileros para que nada cambie.
Un sexenio democrático –1868-1874– sin Borbones, como paso intermedio a la I República; la de la abolición de la muerte, la del proyecto de Constitución federal de la República Española fracasada que nos devuelve a los Borbones y así otra vez a la anomalía de España. Y comienza el periodo de la Restauración, pomposo título de nefasto resultado. Vuelta a la oligarquía y cacicato, al turnismo de partidos funcionariales, al centralismo de Madrid, al poder de la Santa Madre Iglesia. Mientras, las ideas de la Revolución Francesa y el pragmatismo de la Revolución Industrial pasaban de largo.
Perdida de las colonias, la generación del 98 como síntoma de la decadencia en España, dos huevos duros más con el Desastre de Annual y Alfonso XIII dedicado a la producción de películas porno y una ocasión perdida con la II República: reforma agraria, leyes laborales, educación igualitaria y estado laico. Fue como un sueño imposible, mucho más de lo que un país de caciques, aunque santurrón y mojigato estaba dispuesto a asumir. Militares y salvapatrias que nos adentran en la noche de los tiempos, pasando por Franco, Tejero y leyes mordazas.
Cuarenta y siete años después, arrastrando el lastre de fuerzas vivas de la corrupción, una derecha montaraz, beatos reaccionarios, caníbales de la memoria, brazos armados de la sin razón, palmeros incultos o pagados, España quiere ser. Desde aquel “Viva las cadenas”, no nos cansamos de arañar unos metros de modernidad y justicia, poco a poco, a pesar de una banda organizada de “constitucionalistas” que la profanan, golpistas mediáticos, propagadores del silencio, gamberros institucionales… Como Gil de Biedma decía: “A menudo he pensado en esos hombres, a menudo he pensado en la pobreza de este país de todos los demonios. Y a menudo he pensado en otra historia distinta y menos triste; en otra España, en donde ya no cuenten los demonios. Pido que España expulse a esos demonios”. ¡España puede ser!













¡Ahí queda eso! Toda una lección de Historia. Pero Alfonso XIII no solo producía películas porno, sino que ostentaba el título de haber sido el primer monarca del mundo que ordenó a su aviación emplear armas de destrucción masiva, con las que bombardeó numerosos poblados de la región marroquí del Rif, masacrando a miles de seres humanos, incluidos niños, mujeres y ancianos. Fue un auténtico genocida, aunque esta palabra no apareció en los diccionarios hasta 1947. Además, se inventó un viaje a Las Hurdes en junio de 1922. Un viaje distractor, morboso, paternalista y que era toda una huida hacia adelante, ya que, en esos días de junio, estaba citado por la comisión creada en el Congreso de los Diputados para examinar el llamado «Expediente Picasso», elaborado por el general Juan Picasso González, donde se pedían responsabilidades por la tremenda corrupción del ejército español en Marruecos y por la matanza de más de 10.000 soldaditos españoles en el ‘Desastre de Annual’, cuando por orden de tal monarca el general Manuel Silvestre Fernández, que era un bravucón e íntimo de ‘El Africano’ (apodo por el que era conocido Alfonso XIII), se adentró en las escabrosas montañas del Rif y las columnas españolas fueron diezmadas. Alfonso XIII no se personó en las correspondientes comisiones y, viéndole las orejas al lobo, instó al general Miguel Primo de Rivera a dar un golpe de Estado en 1923, a fin de librarle de la quema.
Amen, amigo Felix. Una anécdota de la Guerra en el Rif: Por uno centenares de presos, pidieron a Alfonso XIII un rescate de varios millones. La respuesta de Alfonso XIII fue: ¡Que cara sale la carne de gallina». Salud.