Hoy voy a escribir sobre extrañezas, adolescencia y aberración. Es lo primero que se me ha ocurrido en cuanto me he levantado de la cama, temprano, como siempre.
Según el “Diccionario de ideas afines” de Fernando Corripio palabras similares a «extrañeza» son:
sorpresa, desconcierto, duda y asombro. Lo dice un diccionario.
A “aberración”: desviación, descarrío, extravío, vicio.
A “adolescencia”: mocedad, pubertad, juventud.
Con todo esto por delante, ahora me toca armar un texto.
Empiezo. Me he acordado de una entrevista a un escritor -no recuerdo su nombre- en la que decía:
“Tenemos miedo a la adolescencia porque es como un túnel de lavado donde entran nuestros hijos y no sabemos cómo saldrán.”
Uno pudiera pensar que la adolescencia es -para los padres con jóvenes en esa etapa de la vida- algo extraño, que nos sorprende casi sin avisar, nos llena de asombro, de dudas y de desconcierto. A nosotros y a ellos. Es más, yo diría que para ellos, la adolescencia es como si volvieran a nacer de nuevo.
Hay momentos en los que uno pudiera pensar que la adolescencia -siguiendo con las palabras afines de Corripio- es una “aberración”, es decir, está llena de desviaciones, descarríos, extravíos, vicios.
Sólo pensar en la música (y a qué volumen) que escuchábamos con dieciséis o diecisiete años, la ropa que nos poníamos o los altibajos emocionales, la furia, el dolor de alma, los desplantes, lo sorprendente, los descubrimientos, las decepciones, la agresividad sin venir a cuento, lo enamoradizos que éramos, la importancia que le dábamos a lo que nos parecía más importante de la vida, el ansia, esa codicia por vivirlo todo, los asombros, todo eso me hace imaginar lo que puede ser la adolescencia.
He leído dos ejemplos de adolescencia totalmente opuestos, en uno de ellos una adolescente de diecisiete años dice que va a pasar los próximos tres años de su vida formándose militarmente.
El otro ejemplo es el de un pintor e ilustrador más o menos conocido. A sus dieciséis o diecisiete años, cuando era adolescente, “soñaba con con figuras duras que coqueteaban con la muerte, dibujaba chulos, prostitutas y sexo salvaje en unos cómics abigarrados donde las pesadillas, el amor y la muerte se fundía en un batiburrillo de personajes sacados de la calle, de los barrios por donde pululaba”.
Luego he pensado en mi hija, también nació en el año 2005, como la chica que va a pasar tres años preparando su futuro como militar. Ella, mi hija, va a empezar el curso que viene a estudiar lo que quiere. Todo un lujo. Son tantas las posibilidades que se le abren, tantas las opciones, que no es fácil decidir.
Parece ser que a la chica que va a estudiar para militar, no le dan más opciones. Está obligada a ello.
Por otro lado, el pintor -que ya no es adolescente-, todo lo que imaginó, dibujó y vivió en la adolescencia, le sirvió para convertirse en lo que él quería. Quizá su vida por aquellos entonces consistió en pasar de la extrañeza a la aberración, del sufrimiento a la extenuación, del baile de emociones a la lucidez, sin saber que estaba pasando por un túnel de lavado, pero se convirtió, ya digo, en él mismo.
Quizás la adolescencia solo sea como decía Kafka en una de sus meditaciones:
“El camino verdadero va sobre una cuerda que no está tensada en la altura, sino muy cerca del suelo. Seguro que parece hacer tropezar más que ser andada”.
Extrañezas, adolescencia, aberración y palabras afines, sobre esto quería escribir cuando desperté esta mañana temprano como siempre en los últimos veinte años por lo menos.
Todo esto también forma parte de la vida misma.