Las palabras que utilizamos y cómo nos servimos de ellas pueden convertirse en un arma de doble filo.
El escritor Ángel Zapata en su libro “La práctica del relato” (de Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja) cuenta una divertida anécdota.
El mariscal de Mac Mahon (militar y político francés monárquico y conservador que allá por mil ochocientos setenta y tantos se convirtió en, qué curioso, presidente de la III República francesa) tratando de convencer al público sobre los estragos de la fiebre tifoidea (en la Guerra Franco-Prusiana de 1870 cerca de 10,000 soldados muertos por fiebre tifoidea) dijo:
“La fiebre tifoidea es terrible: o te mata o te deja idiota: lo sé porque la tuve”.
Otro ejemplo del poder de las palabras también lo reseña Ángel Zapata en su (gran) libro sobre escritura creativa “La práctica del relato”.
La publicación en 1774 de la novela de Goethe «Las penas del joven Werther» con su exaltación del amor desdichado, fue seguida por una oleada de suicidios de jóvenes de ambos sexos inspirados en la historia del infeliz, triste y desgraciado joven Werther, que no era otra cosa que un personaje de ficción.
Famoso es el inicio de aquel programa de radio en donde, en la noche del treinta de octubre de 1938, se oyó la voz pausada y reflexiva de un veinteañero Orson Welles, decir:
“Hoy sabemos que en los primeros años del siglo XX nuestro mundo estaba siendo observado por unos seres más inteligentes que el hombre y, sin embargo, igual de letales”.
Enseguida hubo una dramática y radiofónica interrupción:
“Señoras y señores, les presentamos el último boletín de Intercontinental Radio News. Desde Toronto, el profesor
Morse de la Universidad de McGill informa que ha observado un total de tres explosiones del planeta Marte entre las 7:45 P.M. y las 9:20 P.M”
Todo ello solo era -como informaron al principio del programa- la versión radiofónica de la invasión marciana que contaba H.G. Wells en su novela de ciencia ficción “La guerra de los mundos”.
Fue tal el pánico que produjeron las palabras de Orson Welles (y las que siguieron) por todos los EEUU -sobre todo en Nueva York y Nueva Jersey donde supuestamente habían sucedido los incidentes que se contaban en el programa de radio-, que las comisarías de policía y las redacciones de los periódicos se bloquearon con las llamadas de los oyentes aterrorizados y desesperados que intentaban protegerse de los ficticios ataques con gas de los marcianos. Daba igual que se insistiera en que que era la dramatización de una novela.
Otro ejemplo de lo importante que son las palabras convertidas en imágenes y “ambientes” (solo hay que ver los cada vez más falsos anuncios publicitarios de televisión o los subterfugios que utilizan algunos políticos para tratar de convencer) y no siempre seguidas de hechos es el de Goebbels, el ministro de propaganda nazi.
Goebbels era un tipo sin escrúpulos que a base de argucias allá por mil novecientos treinta y tantos, siendo Ministro de Propaganda Nazi (a saber cómo llegó a ese cargo) haciendo un trabajo minucioso, creó una red de informadores que salían a la calle para palpar la realidad social y la opinión de las masas, compró periódicos y periodistas y se dice que hasta bajó el precio de las radios para que en todo el país hasta los más humildes pudieran escuchar sus notas de prensa, sus consignas, eslóganes y mensajes.
Mensajes cortos, concisos y escuetos que calaban hondo y para los que utilizaba palabras genéricas, con doble sentido o que no decían nada, pero las repetía muchas veces.
Con todo ello consiguió que diecisiete millones de alemanes, casi la mitad de los que votaron aquellas elecciones de 1933, lo hicieran por el NSDAP, el partido nazi liderado por Hitler. No es necesario contar lo que ocurrió después.
Qué bonito sería saber manejar muchas palabras. Y cuántas más, mejor.
Fin.