El 20 de Septiembre del 2010, se producía en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de Cuenca, la
firma del hermanamiento de las ciudades, de Plasencia y Cuenca, por los alcaldes de ambas poblaciones, Francisco Javier Pulido por Cuenca y Elia María Blanco de Plasencia, tras ella un intercambio de las banderas de ambas ciudades y diversos regalos significativos, sellaban un hermanamiento, que no sólo se producía por tener unpadre común, Alfonso VIII, sino porque a pesar de los siglos, permanecían, ciertos aspectos en la forma de ser de la ciudadanía, difícilmente cuantificables, que eran semejantes.
Posteriormente la alcaldesa de Plasencia, Elia María Blanco, se dirigió a todos los presentes con palabras
de satisfacción por el acto de hermanamiento, que culminaba años de trámites y buenas intenciones,
señalando que después de mucho tiempo, la voluntad y el tesón habían hecho que el hermanamiento, fuera una realidad.
El alcalde conquense destacó que Cuenca y Plasencia compartían lazos históricos y culturales que unían a conquenses y placentinos.
Era esta, la culminación de una idea que había comenzado hacía trece años, y que ya en el mes de agosto se había realizado en el Ayuntamiento de Plasencia.
Entre los asistentes, además de la Corporación Municipal, y de diversas entidades sociales, e institucionales, estaban los miembros del Centro Extremeño en Cuenca, y los familiares del gran impulsor de este hermanamiento, el placentino, afincado en Cuenca, Jesús Jorge Torres Arroyo.
Es evidente que si Jesús Torres quiso el hermanamiento de ambas ciudades, fue porque vio que ambas compartían aspectos comunes, que las convertía en hermanas.
Tras la firma, el conocido historiador conquense Miguel Romero, hizo un resumen histórico, teniendo como nexo común a Alfonso VIII, de aspectos que unen las historias y los orígenes de ambas ciudades, tras la Reconquista. Alfonso VIII, decide atacar la ciudad de Cuenca.
Podría pensarse, que esta conquista sería algo sencillo, ya que en la ciudad vivían 700 personas, de las cuales solamente había 300 varones, que no recibirían ayuda alguna, porque el ejército almohade, no se podía mover, ya que unos barcos tunecinos, llegados de Sicilia, habían provocado una epidemia de cólera.
Sin embargo, pidió apoyo al rey de Aragón Alfonso II y reunió en la corte de Burgos a todos sus nobles y a los obispos de Palencia, Burgos, Calahorra y Toledo, para contar con su ayuda. ¿Por qué tanta precaución? Porque pese a los pocos, habitantes, la ciudad era inexpugnable. Estaba encaramada entre las dos hoces de los ríos Huécar y Júcar que la bordean, y esto hacía difícil la utilización de las máquinas de guerra, que había preparado. Sabía que los defensores tenían más de veinte catapultas y dos grandes silos en el centro de la ciudad, imposibles de acceder a ellos sin haber tomado antes la ciudad.
Dada la poca población, estos les permitirían aguantar un largo asedio, sin faltarles alimentos. Solamente la rendición ante la superioridad de las tropas cristianas, y la escasez de defensores, le permitiría a Alfonso VIII conquistar rápidamente la ciudad.
El escudo de la ciudad, refleja el inicio de la conquista, la estrella, indica que fue el día seis de enero, en el que se conmemora la festividad de los Reyes Magos, cuando comenzó el asedio.
Y el otro elemento que aparece en el escudo, es un cáliz, que recuerda que el día de San Mateo, (desconozco, el por qué, se identifica a este evangelista, con el cáliz, a no ser, porque lo nombra en su evangelio: San Mateo (26: 27-29), Del mismo modo, tomó el cáliz y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed todos de él..,
Un 21 de septiembre, de 1177 entraban las tropas de Alfonso VIII, en la ciudad. Habían sido nueve duros meses. Pero finalmente habían tomado a «Conca» ciudad fuerte e inexpugnable (que) está en medio de dos collados tan altos e ásperos que la facen fuerte; e debajo dellos pasan los rios que nombran fluvios Suero e Huecar. Encima dellos en un collado esta su fundación»
Asombra la cantidad y calidad del ejército que había reunido Alfonso, sobre todo ante la escasez de defensores de la ciudad. El historiador conquense Miguel Romero, hace larga lista de ellos, entre los que se encuentran «los frailes de las órdenes y gentes de Almoguera, Ávila, Atienza, Segovia, Molina, Zamora, la Trasierra y, por supuesto, Cáceres».
Sin embargo, los intentos fueron repelidos. Las tropas cristianas estaban desmoralizadas, sorprendidos de cómo tan pocos, podían resistir, y temían que llegaran tropas del sur. Tanto es así que el rey castellano llegó a la conclusión, al cabo de cinco meses, que la ciudad sólo podría conquistarse por el hambre y no por el ataque.
Había, dos mil soldados castellanos, mil quinientos aragoneses, doscientos calatravos y otros trescientos santiaguistas.
Finalmente, según afirma la tradición que los cristianos entraron por un puente levadizo tendido sobre el foso del castillo. Pero en una ciudad como Cuenca, a 950 m. sobre el nivel del mal y unos fríos inviernos, las reuniones alrededor de las estufas o junto a las chimeneas, son muy propicias a relatos y leyendas, así es que una de las más populares que relatan cómo los cristianos tomaron la ciudad, tiene mucho del relato de la Odisea, por el que los compañeros de Ulises salen de la cueva. Un pastor cristiano, al servicio de un musulmán de la ciudad, es detenido por los soldados de Alfonso VIII, el afirmó que se llamaba Martín Alhaja, y llevado hasta el rey, le preguntó si conocía algún camino para entrar a la inexpugnable ciudad. Y les dijo que había uno. Por el que, él por la noche vuelve y entra por una puerta, cuyo guardián que posee las llaves, es ciego (lo que guarda cierta
semejanza con el Polifemo de la Odisea) y cuenta las ovejas, cuando pasa, así es que podrían ponerse unas pieles de ellas y pasar a gatas como si fueran ellas. Nadie le creía, pensando que sería una trampa, pero el rey dijo haber tenido una visión, en la que la Virgen con una luz se le apareció, diciéndole que un pastor les ayudaría a
conquistar la ciudad.
Así es que Martín Alhaja, entró con sus ovejas y algunos soldados, cubiertos de pieles, por la puerta de Al-jaraz, (la del esquileo, en árabe) y hoy llamada de San Juan. Tras la entrada, atacaron a los centinelas y entraron en la ciudad. Junto al Júcar, en una pequeña cueva, se puede ver una imagen de la Virgen con una lámpara en la mano.
Nueve años más tarde en 1186, Alfonso VIII, toma un paraje, que enamoraría a su mujer, Leonor de Plantagenet, hermana de los míticos reyes ingleses Juan sin Tierra y Ricardo Corazón de León y que había llegado a España en 1170, sin saber siquiera una sola palabra de castellano. Y es posible que tras el lema que aparece en el escudo de la ciudad fue «Ut placeat Deo et Hominibus». «Para que agrade a Dios y a los hombres» debería haber puesto, para que agrade a Dios y a mi mujer. Y con este sentido de lugar agradable, surgiría el nombre de la ciudad, Plasencia. Y es posible que este paisaje con el río y colocada en una colina, le recordara aquella Cuenca, que su marido había conquistado en1177, en la que ella había vivido y en la que había ayudado al rey Alfonso a su engrandecimiento, ella trajo arquitectos anglo-normandos para construir la única
catedral anglo normanda que hay en España.
No sería nada de extrañar la mano de Leonor en la construcción y fundación de la ciudad de Plasencia, cuyo lugar Pagus Ambracensis, lugar de ambrosía, una bebida , de los dioses, y que se llamaría desde entonces Ambroz, muestra con esta similitud, el agrado que proporcionaba el lugar. Este hecho de la fundación queda reflejado en los escritos de la época, «Ego Adefonsus Dei Gratia, Rex Castella et Toleti, una cum Uxore mea Eleonora regina…ad honorem Dei in loco qui antiquitus vocatur Ambroz, urbem aedifico, cuiPlacentia (ut Deo placeat) nomem imposui: «Alfonso por la Gracia de Dios rey de Castilla y Toledo, juntamente con mi Mujer Eleonor reina… para honra de Dios en el lugar que antiguamente era llamado Ambroz, construyó una
ciudad, a la que le impuse el nombre de
Plasencia ( para que agrade a Dios)».
No es de extrañar, ante todo esto, que un placentino, ubicado en Cuenca, viendo las semejanzas, entre ambas ciudades, quisiera que ambas se hermanaran. Ut Deo et hominibus placeat. Para el agrado de Dios y de los
conquenses y placentinos.