El viaje era corto: desde la estación de trenes de Santa Justa hasta un hotel cercano a la Alameda de Hércules.
Nada más montarnos en el taxi, el conductor nos preguntó de dónde veníamos. Cuando le dije que de Extremadura inició un monólogo que no soltó hasta que llegamos a destino.
No tengo ni idea de cómo le dio tiempo de hilvanar tal cantidad de palabras seguidas. Me quedé con unas cuantas, pero sobre todo con las que repitió al final ante nuestro divertido asombro.
Sin que nadie le preguntara dijo, más o menos y mientras conducía ágil y velozmente por las calles de Sevilla que: «De Extremadura. Extremadura y Andalucía. Cómo os ha dejado el tío ese que manda el tren ¿no? Y es que Extremadura y Andalucía no son socialistas eso lo saben ustedes…”
Aquí tengo que hacer un inciso. Me extrañó que sin conocernos de nada se lanzara a su arriesgado monólogo.
Digo arriesgado porque los clientes podrían haber sido socialistas y bajarse del coche, perdiendo los once euros que costó el viaje que, por cierto, a la vuelta y casi a la misma hora, tres días después, por el mismo recorrido otro taxista, con el que hablamos de fútbol, nos cobró siete euros.
Sigo, o mejor, sigue hablando el señor conductor al que le podría haber cantado en voz baja aquello de Perlita de Huelva que ponía mi padre en su R4: “Precausión, amigo conductó, tu enemigo es la velocidad, acuérdate de tus niños, que te dicen con cariño, no corras mucho papá”. Estaba claro que su enemigo era la velocidad narrativa.
Después de lo del tren dijo que él era autónomo porque quería, que su currículum tenía muchas más hojas que el del tío que manda. Y que tenía muchos argumentos para lo que decía. Y que no era de extrema derecha porque no iba por ahí con un bate de beisbol pegando a inmigrantes, negros, homosexuales y moros.
A veces me sorprendo de mi aguante y todo por conseguir captar la esencia de un personaje que puede servir tanto para una caricatura como para una novela. No le dije que no hacía falta que nos contara eso, que no le habíamos preguntado.
Reconozco que el señor taxista era simpático y divertido. Todo esto lo llevé mas o menos bien. Lo del final del trayecto es lo que más me sorprendió
Nos contó con mucho tino, cierto es, un montón de datos sobre ETA. Conocía todos los asesinatos de ETA de España, hasta nos señaló alguna calle de Sevilla en dónde mataron a alguien.
Mezclaba eso con la muerte de Carrero Blanco, con no sé qué de la CIA y con insultos soterrados al gobierno actual.
Decía que él, el taxista, tenía muchos argumentos y muchos estudios. Me parecía que a ratos se liaba, pero no quería cortarle el monólogo por muy extraño que pudiera: un sevillano sabiendo tanto de una banda terrorista, para mí, lo es.
Luego habló de franquismo, de que él no era socialista, menos mal que lo dijo sino, no me doy cuenta. También contó lo que los extremeños y los andaluces hemos sufrido desde la Transición. Y más y más. Hasta le dio tiempo a decir que cuando hablo me dejo caer como un primo suyo de Fregenal de la Sierra, del sur de Badajoz.
Y sobre todo lo que me hizo cuestionarme y la pregunta del principio es que dijo por qué hablar de franquismo ni de la guerra civil porque él solo puede hablar de lo que conoce y vivió, solo desde la Transición en adelante ya que tiene 55 años.
Y que nadie puede hablar de lo que no ha vivido, no como estos niñatos de ahora que son unos enterados que hablan del franquismo sin haberlo vivido.
Esto último lo repitió tres veces. Estuve a punto de mentirle y decirle yo tampoco puedo hablar de la guerra civil ni del siglo XIX aunque soy experto en Historia Contemporánea y de la que haga falta, pero no quise desilusionarlo.
Yo creo que al final tanta labia y tanta verborrea consiguió lo que quería, tenernos distraídos para cobrarnos once euros en vez de, siete.
En fin, no hablar de lo que no se ha vivido…qué cosas.
Fin.












