Se dice que es de G.K. Chesterton, la frase: “El periodismo consiste esencialmente en decir ‘lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”. Si es suya, es de hace cien años y, periodísticamente hablando, aunque la cosa no ha cambiado mucho, ha ido a peor, dicen.
También es suya la frase: “el periodismo es una actividad en la que no es imprescindible demostrar conocimientos ciertos de nada”. Sería cuando él se moceaba -aún no existían ni la radio ni la televisión y por supuesto, ni internet- porque ahora cualquiera opina así y si no, que se lo pregunten a cualquier tertuliano de los muchos que pululan por doquier.
El polémico Chesterton, al que le gustaba llevar la contraria a todo el mundo, describió el sistema educativo como “ser instruido por alguien que yo no conocía, acerca de algo que no quería saber” y también que “la mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta”.
Chesterton, un tipo grande de tamaño para su época -de 1,93 y 130 kilos de peso, en esto también destacaba-, nació en Londres en 1874 y dijo estas cosas hace más de cien años -murió en 1936- por lo que se podría decir que era un adelantado a su tiempo. En periodismo también. Entre otras minucias dijo que el mal periodismo, el que desinforma, es una consecuencia inevitable del sistema capitalista, con frases como: “En los últimos veinte años los plutócratas que gobiernan Inglaterra sólo han permitido a los ingleses el mal periodismo”.
Catorce años antes de morir Chesterton se convirtió al catolicismo militante. Él, que había nacido en una familia protestante anglicana, rito por el que lo bautizaron, fue agnóstico en su juventud, creía en el infierno y en el diablo, se casó con una anglicana, lo hizo ya de mayor, después de su amistad con varios sacerdotes. Decía que el catolicismo era una especie de mapa o guía del laberinto que es la vida. Hasta escribió un libro de cerca de ochocientas páginas para contar, entre otras cuestiones que: “La dificultad de explicar por qué soy católico radica en el hecho de que existen diez mil razones para ello, aunque todas acaban resumiéndose en una sola: que la religión católica es verdadera”. Simple y directo.
Quizás el mejor libro suyo de los que he leído es “El hombre que fue Jueves” -en donde los policías y los anarquistas son poetas y el mundo es raro-, pero yo siempre, si me preguntan, diré que de donde se puede sacar más jugo es con las historias ficticias que escribió sobre el padre Brown, un cura católico regordete y en apariencia despistado que, ayudado por el exdelincuente Flambeau al que convierte en detective, resuelve los más paradójicos -la especialidad de Chesterton- casos con gran pericia. Sus resoluciones se basan más en sus conocimientos de la naturaleza humana que en el razonamiento lógico propio de las novelas de negras. De este sacerdote, Chesterton escribió unas cincuenta novelas cortas.
Otros libros suyos que merecen la pena es su “Autobiografía” o las biografías de Chaucer, Stefan Zweig o André Maurois u “Ortodoxia” que dicen es su mejor libro de ensayos. Pero a mí lo que me gusta es el periodismo por lo mismo que él lo hacía: “Para contar la verdad y hacer del mundo un lugar mejor”.
Ahora quiero leer su “Para ser buen periodista”, seguro que encuentro más frases que memorizar -Chesterton también dijo aquello de “cualquier tiempo pasado no necesariamente fue mejor, sino simplemente anterior.”- y más técnicas periodísticas.
Los problemas de ese oficio que Chesterton tanto denunciaba a finales del siglo XIX y principios del XX, son exactamente los mismos que los que se denuncian hoy en día, lo que ocurre es que la ética periodística a la que se somete la realidad y que se utiliza ahora parece estar un tanto “distorsionada”, de ahí la importancia de leer a Chesterton y a otros grandes periodistas.
Fin.