¿Qué ha pasado para vivir la “sin razón” institucional de premiar a nuestros antagonistas con nuestro voto? ¿Cómo Trump, Bolsonaro o Ayuso pueden alcanzar las cuotas de poder que una gran parte de la ciudadanía les otorga? Creo que el miedo y la necesidad de encontrar respuestas mágicas son los ingredientes necesarios para favorecer la parálisis o la agresividad exacerbada.
El neurobiólogo Gernost Ernest explica el rodillo de los populismos gracias a la sistemática utilización de los mensajes y de las imágenes. La deformación, la desinformación de contenidos está servida. El mejor y único programa del populismo es el miedo social donde el líder adopta un papel patriarcal directivo y el individuo, arrancado de todo proceso colectivo, asume un rol infantil de ser guiado. El desplazamiento de la responsabilidad individual hacia el tótem que nos dirige es, a corto plazo, liberador. Ni nos preguntamos que pueda ser en la dirección equivocada.
Para que exista miedo es sustantivo crear un enemigo identificable y convertirlo en amenaza. Un “chivo expiatorio” al que criminalizar de decisiones que pueden ser impopulares, pudiéndose justificar medidas que de otra forma serían incomprensibles. Por ejemplo, privatizar la sanidad pública a la vez que se estigmatiza a los contrarios de querer acabar con la libertad llevándonos a un sistema totalitario. Es la manipulación diseñada y planificada de nuestras emociones, aderezada con una repetición del mensaje simple y alejado de cualquier proceso cognitivo que implique razonamiento y pensamiento crítico.
Opiniones ofrecidas como información y la confusión está servida. En este contexto de control de medios de comunicación al servicio de lobbies, de consejos de administración de multinacionales, de élites en definitiva; nos toca analizar, segmentar el mensaje, rebatir la simplificación y justificar con argumentos. Dotarse de canales de contra réplica es francamente complicado pero necesario; herramientas de comunicación, el esfuerzo pedagógico del emisor y la dificultad de hacer razonar al auditorio, que ante tanto ruido, suele “comprar” el mensaje sencillo para tener una comprensión rápida de lo que pasa.
Así, podemos justificar la delegación de nuestra responsabilidad, nuestra inacción o la disonancia cognitiva entre creencias y percepción de la realidad. Dicho de otra forma con un ejemplo: Puedo acabar reclamando la sanidad privada en base al concepto de libertad de elección, aunque sea un trabajador que cobra el SMI, además de percibir con recelos, subidas salariales equiparables al IPC. Los ácratas que son muy conceptuales en sus pintadas lo aclaran: “te están meando y crees que está lloviendo”.
El miedo es focalizado a nuestras emociones y por ello, aplicar la razón es una estrategia inteligente para cortocircuitarlo, aunque requiera aprendizaje para “desaprender”. Miedos en la familia, en la escuela o en el trabajo. Miedo al suspenso, al desamor, al despido, a la culpa, a la desaprobación o a la perdida de pertenencia al grupo. Miedos sumativos que pueden ser vencidos a través de la organización social que nos empoderan como trabajadores, mujeres o estudiantes que conforman una sociedad sana, vertebrada y con herramientas de resistencia. Pero al parecer, en un mundo de búsqueda de gratificaciones urgentes en lo individual, de valores fluctuantes, es incompatible con la gestión del conflicto que supone crecer, dar respuestas colectivas que implican cesión y concesión de tus espacios. Todo ello implica esfuerzos personales sistemáticos y referenciados a otros valores más sólidos que no se evaporen con el sol que más calienta. La marea de la sanidad pública en Madrid es un ejemplo de que se puede vencer al miedo.
Cuenta Salvador de Madariaga en su obra “España”, que un cacique andaluz, en 1931, se dirigió a un jornalero con unos duros para comprarle el voto y este le contestó: “En mi hambre, mando yo”. El miedo se vence. La oscuridad da menos miedo si nos organizamos para transitar la noche. El miedo es el poder que le concedes al contrario.
Miedo al FUTURO es lo que realmente hay hoy entre una inmensa mayoría de nuestros jóvenes. No hablo de los de mediana edad, completamente desclasados y abducidos por una sociedad consumista, amada hija del capitalismo. Ya feneció el PROLETARIADO y, ahora, se habla, eufemísticamente, de CLASES TRABAJADORAS: una redoma en donde cabe todo. Nuestros jóvenes están más que hartos de contratos basuras, de esa payasada de FIJOS DISCONTINUOS, que implica contratos con un sueldo de mierda (imposible forjar un futuro a corto o medio plazo) y, a los tres meses, la carta de despido. «Te volveremos a llamar», les dicen. Y pasa el tiempo y el «volveremos» no llega; o, con suerte, otros tres meses al cabo de muchas lunas. Trabajos mal pagados, en los que están muchos de nuestros universitarios, que por mucha carrera y másteres asociados, no encuentran otra cosa. Se sienten explotados por los esclavistas del siglo XXI y carecen de armas para rebelarse. He visto y he hablado con antiguos alumnos, gente brillante, mediana y del montón, pero que superaron ciertas metas y, ahora, forman parte de esas estadísticas engañosas, que alzan la V de la victoria al incluir entre los no parados a los que malviven en ese purgatorio de los FIJOS DISCONTINUOS. Y otros muchos alumnos, que se manifestaban alérgicos a todo lo que fuera portar armas, haciendo gala de cierto pacifismo, andan ahora, visto lo visto, preparándose oposiciones para la Guardia Civil o la Policía Nacional. Muchos no las superarán y se acumularán más frustraciones. Si esto está ocurriendo en nuestro día a día, agravado por las consecuencias de una guerra sectaria (hoy se emplea el eufemismo «híbrida»), que arrancó en el año 2014, entre dos viejas potencias (Europa, como siempre, el títere de ‘Tío Sam’) que se odian a muerte… Si esto está pasando, ¿a qué extrañar que mucha gente opte por la ultraderecha, que, si por un lado sabe jugar estratégicamente con los sentimientos y emociones de los de abajo, por otro se convierte en la tropa mercenaria del Capitalismo? Por probar que no quede. Malos tiempos para la lírica, máxime cuando el Gobierno de este país, aunque se le llene la boca de multilateralismo, juega la baza del unilateralismo, siguiendo fielmente los dictados de esa organización belicista, anti-rusa y antiasiática que un maldito día bautizaron como OTAN, centra, única y exclusivamente, en los intereses geoestratégicos de los EEUU, y de esa Europa de los mercaderes (UE), que no de los pueblos.