En 2016 la editorial Planeta sacó en libro las memorias de infancia de un tal José Miguel Monzón, más conocido como El Gran Wyoming. En él, el autor mezcla anécdotas del pequeño campo de sus abuelos en Cuenca, creo recordar, como cuando le daban a beber vino Quina San Clemente -a nosotros Quina Santa Catalina- o cuenta que se pasaba todo el día en la calle. Y quién no (de mi infancia, digo).
Aunque José Miguel Monzón es diez años mayor que yo, su infancia tiene algunos roces con la mía, no solo por lo del vino quina (que tenía alcohol). Aunque no todo. Cuenta, por ejemplo, que su padre era calvo y que su madre tenía depresión y se pasaba la vida entrando y saliendo de un psiquiátrico. Ahí no coincidimos en nada. Él formaba parte de una familia numerosa. Yo también. Él tenía dos hermanos y una hermana y yo tres hermanos y una hermana. Su madre tuvo estudios y una farmacia. A mi madre la enseñó a leer y escribir -ya adulta- mi padre. El Gran Wyoming vivía en Madrid, en el barrio de Prosperidad cerca del Santiago Bernabeu y detrás del Museo de Ciencias Naturales. Yo en el Barrio, en las afueras de Mérida.
En algo en lo que sí coincidimos es que a los dos nos quisieron captar para el Opus Dei. A él porque era el primero de la clase (al menos lo fue un par de años, dice) y lo convencieron llevándolo a jugar con un Scalextric, un lujo para aquella época. Él sí estuvo yendo un tiempo a las reuniones de la Obra. A mí en octavo de E.G.B. me quisieron llevar a ese sitio tan secreto lleno de élites inteligentes y de buenas personas, eso, creo recordar, me dijeron. O mejor dicho, me dijo un cura llamado don Abdón. Un día nos reunió a tres o cuatro compañeros de clase y nos dijo que si queríamos meternos en un grupo, en una especie de asociación juvenil, en donde podría jugar a tenis, a frontón, atletismo, baloncesto, fútbol…los deportes que yo practicaba ¿Quién le habría dicho a don Abdón que me gustaba el deporte?
Recuerdo que me dijo que me presentara un viernes en un local situado en la calle Almendralejo, que allí me dirían dónde iríamos a hacer deporte el sábado.
Lo que no sabían es que yo era bastante descreído y no precisamente o solo porque hubiera leído a Kafka, Herman Hesse, Albert Camus, Alfred Jarry o a Carlos Castaneda o Nietzsche (e incluso a Marcial Lafuente Estefanía, Zane Grey y Corín Tellado) que digo yo que influyó en mi forma de pensar. No entré en el Opus, ni siquiera fui a esa reunión del viernes.
No sé si estando en el Opus Dei hubiera seguido leyendo tanto como leí (y sigo leyendo) y pongo como ejemplo estas memorias de infancia y juventud de El Gran Wyoming (un Gran Wyoming que hace ocho años decía en una entrevista que todas las medidas que pueda sacar la izquierda, «como potentado que soy -tengo 19 inmuebles después de llevar treinta años trabajando en televisión-, me perjudican. Que suban los impuestos de patrimonio, etc., me perjudica. Otra cosa es que esté de acuerdo o no con ello», en donde mezcla curiosidades de su infancia revoltosa o de su juventud hippie por Siria o Venezuela, pero esa es ya, otra historia.












