Me encontraba sentado en un bar, junto a una enorme cristalera que daba al exterior. Por las aceras, tanto por la cercana, como por la que se encontraba a la otra parte de la calle, veía pasar a toda clase de personas; unas me eran conocidas, algunas mucho y de otras sólo me sonaba la cara por habérmelas cruzado en alguna ocasión, o me eran desconocidas, e incluso con pinta de turistas por la forma de mirar las cosas, y por la expresión interrogante de pensar, si van bien por ese sitio, o si se han perdido. Unos, vestidos de una manera, otros con tatuajes, y artilugios metálicos masacrando orejas, y narices, toda una variedad social, pasaba por delante del escaparate. Grandes y pequeños, niños, jóvenes, personas mayores, con pasos renqueantes e inseguros a los que recordaba, hace años, fuertes y rigiendo negocios. Pasaban, ajenos al entorno, hablando por el móvil, la mayoría, o hablando entre ellos, con mirada distraída, inmersos en sus propios pensamientos, si los tenían. Todo un mundo, que representa a toda nuestra sociedad.

Mi mujer me dice siempre: coge un grupo, multiplícalo, por una cifra determinada y te da la misma proporción, de tontos, espabilados, cornudos, ricos, pobres, buena y mala gente, que en Madrid, Barcelona, Mérida o Londres. Y ante la cerveza, no sé si la malta o el lúpulo, tendrán alguna molécula contra en alzheimer, lo que dudo, porque, doy fe que a algunos «conocidos» (lo de amigos lo guardo para unos poquitos), cuando nos tomamos juntos unas cañas, siempre se les «olvida» pagar, me vino a la mente, el Mito de la Caverna de Platón. A todos los gobernantes, eso de la Filosofía, les pone nerviosos o piensan que no sirve para nada, sólo para marear las cosas, porque la han querido borrar o arrumbar en las enseñanzas oficiales, ya que el principio de la filosofía, es que el individuo, ante las realidades vitales que se encuentra, se pregunta. ¿ Y esto, por qué es así?

Siempre los gobernantes se han sentido pastores, que gritan a las ovejas, para que vayan por «el buen camino», que es, el que ellos quieren, y no es cuestión de que se planteen el ir por otros distintos, en tal caso les envían a los perros, para que «se encarrilen» o les gritan que no se aparten, mientras blanden un bastón.
Y la gente lo asume sin dudas, incluso se produce una aparente paradoja. Según el filósofo, la gente se siente cómoda en esta ignorancia, e incluso se pueden oponer, hasta violentamente, contra quienes intentan ayudarles a ver las cosas de otra manera y cambiar.
Esta idea la transmite el filósofo Sócrates a Glaucón, y le pide a este, que imagine a un grupo de prisioneros encadenados desde su infancia, detrás de un muro, dentro de una caverna. Un fuego ilumina al otro lado del muro, y los prisioneros ven las sombras proyectadas por los objetos que se encuentran sobre este muro.

Sócrates le dice a Glaucón, que los prisioneros se creen que aquello que observan, es el mundo real, cuando tan sólo son las sombras de este, a veces, manipuladas.
Uno de estos prisioneros consigue, con esfuerzo, liberarse de sus cadenas y comienza a sobrepasar ese muro. Pero al observar la luz del fuego, el resplandor le ciega y confunde, tanto, que incluso piensa en volver a la oscuridad. Pero la curiosidad le hace continuar. Se acostumbra a la claridad y con dificultad, sale al exterior, en donde ve, no ya las sombras de las cosas y las personas, sino la realidad. Ante esto, tras reflexionar, piensa en los otros prisioneros y tras reconocer que los han secuestrado y engañado, movido por un sentimiento humanitario, decide volver.
Entonces, regresa para compartir todo esto, con los prisioneros en la caverna, ya que piensa que debe ayudarles a conocer el mundo real.

Y al regresar con los otros prisioneros, el hombre no puede ver bien, porque se ha acostumbrado a la luz exterior, pero lo supera. Al oír lo que les cuenta, y su intención de salir al exterior para ver la realidad, no la sombra manipulada, piensan que el viaje le ha dañado y no desean acompañarle. Platón, a través de Sócrates, afirma que estos prisioneros harían lo posible por evitar dicha travesía, llegando a matar, incluso, a quien se atreviera a intentar liberarlos.

Si uno hace comparaciones, del relato del Mito de la Caverna, con lo que ocurre en nuestra sociedad, descubre que las cosas no han cambiado nada. Lo que percibe la gente a través de los medios, son sólo las sombras manipuladas de esa luz, que mantienen algunos para hacer creer a los que tienen encadenados, con diversos elementos, que la realidad es así, y quien ha visto la realidad, con la liberación de las cadenas por el sentido común, o analizar la realidad, es un enemigo que merece la muerte social, o ser de nuevo «encadenado», y esto, es por su bien. Resulta llamativo que lo que pensó Platón en el S. IV a. de C, siga siendo actual, y es que el hombre ha cambiado, sólo el decorado en el que desarrolla su vida, pero el actor es él y sólo ha cambiado el traje que lleva en la actual función de teatro, de la vida, y de la sociedad, de la que es protagonista.
Al final, resulta que ese Mito que nos contaba Platón, no era un Mito, es la realidad perdurable.












