Cuando empecé a trabajar en una oficina, allá por febrero de 1988, las herramientas a las que mayor uso le dábamos eran una máquina de escribir y el papel de calca si queríamos copia del documento a realizar, un teléfono fijo y sobres y sellos.
Con la llegada de las máquinas de escribir eléctricas, cuatro o cinco años después, aquello evolucionó. Hasta conseguimos tener un fax asociado al teléfono. Con la máquina electrónica no íbamos más rápidos porque estábamos acostumbrado a darle fuerte con los dedos a las teclas de las otras máquinas, pero al menos hacíamos menos ruido y parecíamos más modernos.
Con el fax, no hacía tanta falta que uno de nosotros estuviera todo el tiempo en la calle de banco en banco o de gestoría en gestoría.
Otro avance más fue la llegada de una franqueadora que sustituyó a los sobres y los sellos.
Por aquellos años mi amigo P, cajero de una entidad bancaria, me había enseñado a ensobrar cartas y cerrar los sobres de diez en diez y con una mano, aparte de hacer tiras verticales con los sellos de Correos, humedecerlos en almohadillas de goma, ovaladas, esponjosas y de color naranja, para así poder pegar los sellos en los sobres más rápidamente.
La historia de mi franqueadora es apasionante. Digo mía porque hubo un momento en que se convirtió en la prolongación de mi brazo derecho.
La máquina servía para poner sellos de tinta -roja- en los sobres de correos y para que el brazo se me pusiera como los de Popeye, la máquina pesaba por lo menos cuatro kilos.
Aunque a nosotros nos parecía moderna, era de los años sesenta.
Los trabajos de oficina evolucionaron a un ritmo tal que, en los últimos catorce o quince años, llegaron a las oficinas los ordenadores con su correspondientes impresoras. Y hasta cambió el lenguaje, ahora era Basic, Cobol o Pascal y decíamos flopydisc, disquetes, discos duros o impresoras de aguja.
Con estas impresoras podíamos sacar listados en papel continuo troquelado (nunca supe qué significa “troquelado”) que se enganchaba en unos agujeritos laterales. El texto salía perfecto y no descuadrado, nada que ver con las copias de papel calca.
Todavía recuerdo la ilusión que me hizo el primer curso de Word Perfect que hice -nada que ver con los que ya tenía de mecanografía y taquigrafía- y lo maravilloso que era escribir letras de distintos tipos, tamaños y colores.
Los imagino días de vino y rosa, como si fuera una telenovela vintage. La misma ilusión que cuando cambié el palo que usábamos para cambiar de canal en la tele, por un mando a distancia de medio kilo de peso o los elepés por los laserdisc.
Luego todo fue muy rápido: ordenadores, internet, modem, emails, impresoras conjuntas, portátiles, tablets, móviles… hasta que desaparezcan las oficinas porque uno podrá hacer ya todo on line: consultar, actualizar datos, domiciliar pagos, comprar, pagar, reclamar, relacionarte con los bancos, con tu Ayuntamiento, con otras administraciones, con los contribuyentes y con las personas sin necesidad de moverte del asiento.
Se ganará en esclavitud y se perderá en humanidad, en relaciones sociales y en alternar con gente, todo por la rapidez y el aprovechamiento del tiempo y del dinero.
Seremos -somos- más modernos o como se diga ahora e inteligentes.
Eso sí, así dispondremos de más tiempo para… para… yo qué sé para qué, pero dispondremos de más tiempo.
Nota final: lo de antes es un poco en broma, ahora, online -como este texto- es todo mucho mejor y más rápido, dónde va a parar.
Fin.












