Recuerdo haber visto en Castilblanco, pueblo, pese a su aislamiento geográfico, muy conocido por unos acontecimientos, que algunos como pensaba el general Sanjurjo, creen que fueron el primer germen, que creó un ambiente político que alimentó el golpe de los Nacionales, y que desembocó en la Guerra Civil. Todo empezó a finales de diciembre de 1931, en el que los vecinos se pusieron de huelga. Un guardia civil para restablecer el orden, disparó matando a una persona. La gente se indignó de tal manera, que se lanzaron contra ellos matando a cuatro, posiblemente todos los que había. Los informes forenses mostraron por las heridas que mostraban los cadáveres, la indignación con la que población reaccionó ante la muerte de uno de sus paisanos.
Esto provocó una contrarreacción en la Guardia Civil, y en un pueblo de la Rioja, Arnedo, se ensañaron contra los huelguistas, matando a once personas e hiriendo a treinta, lo que fue considerado como una represalia por lo ocurrido en Castilblanco.
Ante estos hechos, Azaña, Presidente del Consejo de Ministros, destituyó al director general de la Guardia Civil, el general José Sanjurjo. Esto le llevó al levantamiento contra el Gobierno y el 10 de agosto de 1932, dio un golpe de Estado en Sevilla, que triunfó en algunos lugares pero fracasó en Madrid. Por lo que fue detenido y lo condenaron a muerte. Pero posteriormente, tras ser indultado por Lerroux, que era entonces Presidente del Consejo de Ministros, se exilió en Lisboa, en donde empezó a organizar un movimiento nacional «que salvara a España de la ruina y el deshonor».
Podría servir este hecho histórico, para que algunos se dieran cuenta, en el Gobierno actual, de que el «perdonar» golpes de estado, aunque sea de nacionalistas catalanes, no produce un sentimiento de agradecimiento en los protagonistas, sino un ánimo de revancha.
Pero dudo que se den por enterados.
Pero, sigamos, en mi recorrido por el pueblo, ví en la fachada del Centro de Salud , vecino al cuartel de la Guardia Civil, una pintada que me llamó la atención, EXTREMADURA INDEPENDIENTE Y CON VISTAS AL MAR.
Y es posible, que hasta subliminalmente, pensara, el irónico grafitero, en esos territorios veraniegos de mayoría extremeña, como son Matalascañas o la Antilla, y sus aledaños, Islantilla, e Isla Canela. Y es que cuando llega el verano, media Extremadura veraneante se encuentra en estos lugares y coincides en la playa o en los chiringuitos playeros, con personas que hace años que no ves, a pesar de que viven en tu misma ciudad.
Serían estos pueblos, en los que es frecuente encontrarte en lugares públicos, junto a la de España y Andalucía, la bandera de Extremadura, una especie de Gibraltar extremeño. Pese a su cercanía, dejaríamos aparte a Lepe, famoso no sólo por sus fresas, sino por un personaje, que hizo famoso el mito de los «chistes de Lepe». porque, la verdad es que no he oído nunca a ningún lepero contar uno, pero sí tuvieron a uno que por sus gracias, llegó a ser Rey de Inglaterra, por un día.
Me regalaron hace años una botella de vino, que conservo, dedicada a él y en la parte trasera, en el lugar en donde ponen todas esas cosas chorras de: «sabor a frutas del bosque naturales ( no conozco las artificiales) y color a rojo atardecer», relataba para quien no supiera su historia, sus aventuras, que le permitieron ser Rey, por un día, y por la fiesta que montó en ese día yo creo que los ingleses seguro, que desearon que reinara algunos meses más en aquella aburrida corte inglesa.
A finales del S. XV, llegó a Inglaterra, un marinero natural de Lepe, no se sabe como, pero quizá por su simpatía natural, y por su astucia, no tardó en tener la amistad del rey Enrique VII de Inglaterra, que por las circunstancias que le rodeaban no se fiaba de casi nadie, y él, le cayó bien y le acompañaba habitualmente. Es posible que se encontrara a gusto con su compañía y que disfrutara de los chistes del lepero, lo que tendría su mérito al decirlos en inglés.
Jugaban de vez en cuando a las cartas. El rey tenía fama de tacaño. Pero un día la partida de cartas se puso emocionante, y Enrique VII se apostó con Juan de Lepe todas las rentas que su reino daría al día siguiente. No se sabe qué pudo ofrecer el lepero a cambio, pero seguro que salió de él, el que juntamente con las rentas desearía ser también Rey ese día. Ante lo que el Rey inglés divertido por la apuesta y seguro de ganar, le dijo que sí. La emoción subió de tono y ante los presentes que seguían la partida, el Lepero ganó.
Nadie esperaba que el Rey cumpliera la apuesta, pero lo hizo y Juan, fue Rey por un día. Muerto Enrique VII, temeroso de que su suerte cambiaría, pidió permiso y se volvió a Lepe, trayendo con él, además de una gran riqueza una de las coronas del monarca inglés que donó a la Virgen de la Bella. La corona de plata grabada con esmaltes, todavía se conserva en el ajuar de la Hermandad de la Bella.
No sé si la pintada, que encontré en Castilblanco, era profundamente reivindicativa, realizada por algún inmigrante venido de Cataluña o el Pais Vasco, porque tal como trataban a Extremadura, en esos años, le iría mejor ser independiente, aunque en aquellas fechas no se pudiera permitir lo de «las vistas al mar», porque en los años setenta, eran raros los que llegaban de otras partes para quedarse a Extremadura en general y Mérida en particular, mas bien era una región de enviar a gente a otros lugares que de recoger.
Hace poco en un artículo sobre el «Origen del nombre de Extremadura» citaba el pueblo del autor del libro, Gargüera de la Vera, y la demografía de la localidad, que en el 1950 tenía 840 habitantes ahora lo era de 133 . Mientras tanto en aquellos años, otras localidades de Cataluña, habían crecido enormemente, por los venidos de otras partes de España, entre las que se encontraba, y muy principalmente, Extremadura. Por ejemplo, Hospitalet, tenía en 1950, 71.580 habitantes, que habían subido en 1981 a 294.033, ( tras el comienzo de la Transición, muerto Franco, comenzó a perder).
Han sido las dos décadas del cincuenta al setenta, las de mayor exportación ruinosa para Extremadura, la de personas. Un doloroso exilio.
A partir de los ochenta, Mérida y otras ciudades, comenzaron a crecer. Y han venido gentes de otros lugares, que han mantenido su adhesión anímica a esta ciudad, en la que nadie es ajeno, y a los que nunca se nos ha pedido el carnet de identidad para mirar su origen, hasta yo diría que la forma de ver las cosas de estos llegados, ha enriquecido la ciudad, no sólo en lo económico, sino también y mucho, en lo cultural y de autoestima, porque, el originario de Mérida, ha nacido viendo las cosas y los monumentos romanos, como algo normal, sin embargo el que llega de fuera percibe las diferencias, comparando lo que ha conocido en otros lugares con lo que ve. Mérida ha recobrado en estos años, no sólo su historia, sino también su tradición romana de ciudad de acogida.
¿Seguimos pidiendo una «Extremadura independiente y con vistas al mar», o ya no es necesario?
Creo que no se necesita y lo de las vistas al mar, ya las tendremos este verano.