Con las canciones de “Siniestro Total”, que antes se llamaron “Mari Cruz Soriano y los que afinan su piano” o algo así, aprendí a rimar en í:
“Y yo con mi chica puercoespín
Viajo siempre en limousine
No me gusta el pipermint
Ni el perfume patchoulí.
Y con ellos pregunté si “¿Sabías que a Bryan Ferry le huele el aliento?”.
A principios de los ochenta, en mi casa solo sonaba, aparte de “Gomaespuma” (con sus Gustavo de Básica, Carmelo Cotón, Aitor Tilla, Gordopilo o Francisco Lorinco Lorado y otros aprendí a hacer juegos de palabras), el Carrusel Deportivo de los domingos y alguna radio fórmula, estilo Los 40 Principales o Radio Olé y también la música que le gustaba a mi padre: Antonio Molina, Dolores Abril y Juanito Valderrama, un tal Juan el de la Vara y su “siñora”, Joselito y en el coche.
¿Cuántas veces escuché aquello de “precausión amigo conductor la senda es peligrosa. Y te espera tu madre o esposa para darte su abrazo de amor. Precausión, amigo conductor, Tu enemigo es la velocidad, acuérdate de tus niños que te dicen con cariño: No corras mucho papá”, que luego me enteré que era de Perlita de Huelva.
Por eso fue un salto grandísimo cuando vi a un chaval de un curso inferior al mío llegar entusiasmado con un single con una portada asombrosa. Y encima, qué imaginación, el single en vez de tener cara A y cara B, tenía dos caras B: “Me pica un huevo” y “Sexo chungo”.
A partir de escucharlo, empecé a canturrear a cualquier hora la letra de “Me pica un huevo” para acabar con todos los ritmos acelerados de su LP (de Siniestro Total) titulado “Cuándo se come aquí” (lo compré con mis ahorros allá por finales de 1982 o principios de 1983 y lo conservo como una joya).
Otra genialidad de portada. Aparecían ellos -los que formaban el grupo-, en fila y por altura como los Hermanos Dalton de Lucky Lucke.
Yo era un pueblerino descubriendo un mundo nuevo para mí. Juegas al palé te huelen los pies, Ayatola no me toques la pirola, todos los ahorcados mueren empalmados, si las momias tienen pilila por qué los esqueletos no, hoy voy a asesinarte nena. Esto decían. Y yo lo escuchaba todo. Y lo aprendía de memoria. Era una salvajada. Y me reía.
Extasiado con la portada del single de dos caras B de Siniestro Total que era igualita a la de el “London Calling” de The Clash, los punks más punks (más todavía que The Sex Pistols o The Damned), portada en la que Paul Simonon aparecía destrozando su bajo Fender Precision contra el suelo. Mi ser punki.
Eso también era posible. Uno podía imaginar y hacer lo que quisiera.
Era como lo de que a Bryan Ferry le oliera el aliento. Cómo iba a ser posible si era el líder y cantante de “Roxy Music”, ese grupo tan culto, elegante y sensible. Entonces hasta podía era factible, yo qué sé, que en la casa de miss mundo hubiera música de cañerías.
Yo quería ser punki, aunque solo fuera por dentro porque mi madre no me dejaba, o mejor dicho, no me daba dinero para comprarme unas botas militares con puntera de acero (al final compré unas en el Rastro de Madrid -ayudado por mi padre- botas que en un solo verano me destrozaron los tobillos para una buena temporada, eso sí, no me las quitaba ni para ir a mear) o camisetas con fotos de tíos con crestas. Una vez me compré una por Discoplay. Era negra. Tenía una A de «anarquista» roja rodeada por un círculo que cuando me llegó me quedaba corta, pero después de un fin de semana y un lavado encogió veinte centímetros por lo menos. Poco chulo estuve yo con mi camisa, mis botas, mis vaqueros más desgastados, pelado al uno y con unas patillas más largas que uno de los de «Decibelios».
Y todo por la casualidad de verle a un alumno de un curso anterior, la portada del single de Siniestro Total de dos caras B. La vida misma.
