Me dio algo de pena verlos allí. Los dos sentados delante de un plato de costillas y una ensalada -lechugas, tomates cherry, aceite, vinagre y sal-. Dos guiris. Con el bullicio de la gente no podían concentrarse. Ni se miraban a los ojos siquiera. Ni hablaban. A quién se le ocurre ir a un bar de ese tipo a esas horas. Y pedir costillas. Allí.
Allí no. Eso no se hace eso. Y menos un viernes a las dos y media de la tarde. Estaba claro que no sabían dónde estaban. Es lo que tiene ser guiri.
El anterior dueño del bar se llamaba (y llama) Jesús. Hombre de pocas palabras. O mejor dicho, de ninguna palabra. No hablaba. Daba igual. Su bar siempre estaba lleno. A pesar de que los palilleros tenían más roña que la lengua de Beavis (dibujos animados cañeros) y que los palillos se tronchaban al contacto del aire, no sé cómo lo hacía, pero el bar siempre estaba lleno. Todo formaba parte de su encanto.
Solo tenía un aperitivo. O mejor dicho un “monotema” de aperitivo. A veces lo intentó con unos callos que se enfriaban enseguida. O con aceitunas o panchitos. Pero no daba resultado. No sé cómo lo hacía. El pestorejo.
Digo. Y es que Jesús se llamaba (y se llama) Del Sol. Por eso le puso a su bar, Bar Sol.
Y bebías cañas o vasitos de vino de pitarra y comías pestorejo. Su aperitivo era, indistintamente, pestorejo con patatas fritas. A veces cambiaba. Pero el orden de los factores no alteraba mucho el producto: ponía patatas fritas con pestorejo. Y no pestorejo con patatas. Nótese el matiz. Y es que la cocina de Jesús a veces no daba abasto con tanto pedido de careta de cerdo casi requemada.
Y ponía más patata que pestorejo. El pestorejo no es más que eso. Un trozo pequeño recortado con tijeras, de careta de cerdo a la brasa casi sin aliño. Algún truco tenía que tener porque estaba buenísimo. Y lo sigue estando.
Ahora el bar ya no se llama Sol
Para qué andarnos con rodeos. El bar ahora se llama El Pestorejo. Y hay dos “sucursales”. Una en la calle Berzocana, el “Bar Sol” de toda la vida y la otra en los bajos de la Plaza de España.
En este bar vi a la pareja de guiris sentada frente a su plato de costillas a la brasa. Habrían llegado hasta allí “ayudados” por el gentío que no deja de entrar, de salir y de pedir mesa. Y la obligación de cualquier turista que se precie es entrar en el bar dónde haya gente. Porque si en España un bar está vacío a las dos y media del mediodía, será por algo. Digo yo.
Las dos sucursales de El Pestorejo sirven cientos -miles- de aperitivos, medias raciones y raciones casi exclusivamente de pestorejo con patatas. O de patatas con pestorejo.
La fórmula con la que se hace el pestorejo (chiste malo: el pez más quemado es el “pez torejo”) es la misma que utilizaba Jesús del Sol, señora e hijos (tres).
Y el trozo de careta de cerdo ibérico a la brasa, insuperable. Me he fijado que tienen otras “ofertas”: pinchitos, cochifrito o costillas, pero no es igual.
Yo a todo el que viene de fuera a Mérida le digo que pruebe el pestorejo. Engordas. Sí. Lo que haga falta, pero con media ración de pestorejo con patatas y un par de cañas ya “vas comido” y bebido para casa. Y repites. Claro que repites. Más pestorejo. Con más patatas de las de verdad.
No tengo nada que ver con los dueños del bar, no tengo ni idea de quienes serán. Pero no puedo dejar de hablar del pestorejo.
No le dije nada a los guiris. No fuera a ser que se enfriara mi media ración de pestorejo. Pestorejo con patatas.
Patatas con pestorejo. Y un par de cañas de cerveza. No pido más.
Y sí, mi admiración a los esforzados/as camareros/as de El Pestorejo. Todo un lujo. Gracias.












