Para no acabar en el trullo en la Nueva Orleans de los años cincuenta del siglo XX, el yonqui de William S. Burrough, marchó a México. Allí continuó con sus vagabundeos y trapicheos con la droga, dejando y volviendo a recaer en su adicción.
En México, si te entallan consumiendo o vendiendo droga, le dicen, te vas a las Tres Marías sin fianza.
La Colonia Penal Federal Islas Marías, frente a las costas de Nayarit, uno de los treinta y dos estados de México, fue un establecimiento penitenciario del Gobierno Federal de México, creado como tal en 1905. Sirvió como colonia penitenciaria hasta hace poco, 2019.
En un tiempo fueron enviados allí los peores criminales.
Burroughs, basándose en sus vivencias, cuenta que los yonquis se pasan la vida esperando: una nueva dosis, al camello, el mono, desengancharse, que no los entallen y no acabar en la cárcel.
Algo que me llamó la atención de lo que dice es que al yonqui, cuando empieza a intentar desengancharse “se le dispara el orgasmo del síndrome de abstinencia”, eyacula sin darse cuenta. A él le pasaba siempre. Nunca había escuchado algo así. Será cierto.
Un inciso. Ya he contado más de una vez que muchos de los amigos de infancia y juventud acabaron enganchados al caballo (la heroína) y murieron en el intento. Hace dos días vi a uno de esos «amigos». Sigue vivo, claro. Salió de prisión hace poco y está igual que siempre, más “yonqui” (delgado) eso sí, pero sorprende verlo por las calles de Mérida. Fue verlo y ponerme a leer “Yonqui” de William S. Burroughs, todo en uno.
Hablando entre yonquis (del libro) uno le cuenta a otro que para una buena abstinencia hay que prepararse: “Un poco de canela por si tienes vómitos, un poco de salvia contra la diarrea, unos clavos para limpiar la sangre…”. Se las saben todas.
En la página 185 del libro define qué es la droga para él: “La droga es una inyección de muerte que mantiene al cuerpo en un estado de emergencia. Cuando el suministro se corta, las reacciones de emergencia continúan”.
Más adelante, solo se le ocurre decir con un primer pinchado después de un tiempo desenganchado: “Si Dios ha hecho algo mejor, se lo ha guardado para él”. A tanto llega la sumisión.
Al poco tiempo de largarse a México, en el Estado de Louisiana (EEUU) promulgaron una ley que consideraba ser delito a quién fuera adicto. Para meter a los yonquis en la cárcel no hacía falta ni pruebas ni, por tanto, juicio.
Aunque era yonqui, ya digo, era listo. Hablando con sus colegas (en ese mundo no hay amigos, nadie se fía de nadie) y tal se le ocurre decir que ya no vuelve a los EEUU porque: “Toda legislación que castiga maneras de vivir es propia de un estado policial”.
Luego, volviendo al tema, dice “Cuando se deja la droga, se deja una manera de vivir”, por eso, entre los exadictos es frecuente el suicidio.
Él (el yonqui adicto a la heroína, William S. Burroughs) que no fue capaz de dejarla, intentó cambiar de material, colocándose primero con cocaína y luego, metiéndose en el mundo de la yage o ayahuasca, utilizada por los indios de las fuentes del Amazonas.
Se dice -dice- que incrementa la sensibilidad telepática. Y le interesa la telepatía. Los rusos están haciendo experimentos con esa droga con trabajadores. Quieren introducirse en el psiquismo de otra persona y dar órdenes, dice. Y no parecen desvaríos de drogata.
El yonqui, entonces, baja al sur de México en busca de ayahuasca, tal vez con ella encuentre en ella el colocón definitivo, pero para contarlo (Burroughs) escribe otros libros.
Cuando leí la palabra ayahuasca, me acordé de más libros, como “Las enseñanzas de Don Juan” de Carlos Castaneda o “Aprendiendo de las drogas” de Antonio Escohotado, pero son solo eso, libros.












