Una de las fantasías más extrañas que imaginé, creo que procede de mi lectura de adolescencia de “El difunto Matías Pascal”, novela publicada en 1904 por el escritor italiano Luigi Pirandello.
El argumento es simple: el joven Matías Pascal está arruinado y todo el mundo le odia. En un golpe de suerte, gana mucho dinero en el casino y, esta es la clave, lo confunden con un cadáver, coyuntura que aprovecha para cambiar de vida, de sitio y hasta de nombre. Ahora será otro, se llamará Adriano Meis y para vivir el presente, tendrá que inventarse una vida nueva, un pasado y un futuro, intentando demostrar la necesidad que tiene el ser humano, no solo en tiempos de crisis, de huir, de ser otro.
El otro día encontré entre mis papeles un Culturas -suplemento semanal de Diario 16- de fecha 28 de septiembre de 1986. En la contraportada, Jorge Uscatescu, filósofo, historiador y ensayista rumano exiliado en España (murió en Madrid en 1995) que según la Wikipedia es autor de más de tres mil artículos y de más de ochenta libros y que por supuesto no lee nadie, presenta un artículo titulado “Gramsci y Pirandello”. En dicho artículo empieza quejándose de que ya nadie lee a Pirandello (hace treinta y seis años nadie leía a Pirandello) ese “espíritu abierto y de muy compleja formación cultural como lo fue también Antonio Gramsci al que tampoco se lee. Luego habla de lo importante que fue para él (para Gramsci) las lecturas que hizo de Pirandello por su “carácter intelectual, moral y cultural (que no rima mal, fatal ni regular).
Más adelante -cuenta Uscatescu-, que Gramsci, estando en la cárcel escribe una monografía sobre Pirandello basándose en las “absurdas” obras de teatro de Pirandello (poniendo como ejemplo el conflicto entre realidad y apariencia en obras como “Seis personajes en busca de autor”) con la que intenta explicar la lucha paradójica entre el sentido común y el buen sentido.
Gramsci (tampoco se lee) habla que Pirandello en su humor absurdo, quiere esconder un insondable pesimismo con sus personajes que son “máscaras laceradas por heridas profundas”, relacionado con la época que le tocó vivir, la previa a la Primera Guerra Mundial.
Después de este rollo con el que intento demostrar que ya nadie lee ni a Pirandello ni a Gramsci ni a Uscatescu, dándomelas de intelectual como si yo sí los leyera y lo único que ha ocurrido es que he encontrado un suplemento cultural de hace treinta y seis años en donde hablan, aparte de, de Francis Scott Fitzgerald, Jorge Edwards, María Zambrano, Klaus Barbie o Jean Arp) de Pirandello y Gramsci, me toca contar la fantasías más extrañas que imaginé en la adolescencia basada en “El difunto Matías Pascal”, ese personaje que se hace el muerto y se convierte en otra persona.
Es simple y seguro que a más de uno se le ha ocurrido. Me hubiera gustado estar en mi propio entierro de incógnito, escuchando qué decían los dolientes sobre el muerto, es decir, sobre mí mismo, para descubrir quién era mi amigo, quién me amaba, qué pude hacer bien, qué pude hacer mal, de qué se reían de mí, para, en resumidas cuentas, conocerme o reconocerme mejor, como si en definitiva, en lo importante, desaparecieran esas “máscaras laceradas por heridas profundas” que tanto definían a Pirandello según Gramsci y según Uscatescu.
Fin.
Nota al margen: cuando me pongo a escribir sé cómo empiezo, pero -y es lo apasionante- no tengo ni idea de cómo acabaré. Hoy me costó más, pero creo que en el resultado final no perdí la coherencia. Hubo momentos en los que parecí un personaje en busca de su autor, Pirandello mediante.












