En mi adolescencia, allá por el inicio de los años ochenta del siglo pasado, leí “El Dorado”, novela de juventud de Fernando Sánchez Dragó. En algún apunte de mi Diario anoté que me gustó. Luego ya no.
En una entrevista que le hicieron hace un par de años, dijo que desde que con tres años había aprendido a leer se había leído treinta mil libros, a uno por día.
Además, contó que le hubiera gustado ser zoólogo, cura y militar y que «todo escritor es narcisista, porque sus libros, en los que disimula y en los que no, son autobiográficos. Es la línea de Montaigne. El narcisismo es tratar de averiguar quién eres, y, como todo, se convierte en malo si se practica en exceso. Yo lo sigo siendo. Y pedante ya me lo llamaban en el cole, pero no con animadversión. En el fondo, quien recurre a eso, que es un elogio, tiene envidia. Cómo no voy a serlo, si desde los tres años he leído un libro a diario.»
Desde el 2 de octubre de 1939 que es el día en el que cumplió tres años hasta el 23 de diciembre de 2021 (que es cuando hice el cálculo) han pasado 82 años, 2 meses y 21 días, es decir, un total de 30033 días, algo más de treinta mil. Por lo tanto, en diciembre de 2021, Sánchez Dragó ha leído -a libro por día, como dijo- treinta mil treinta y tres libros.
Sánchez Dragó, también comentó que nunca se ha sentido marginado porque: «¿Cómo se va a sentir marginado un niño bien del barrio de Salamanca?», pregunta lleno de orgullo y satisfacción.
Con estas contestaciones y preguntas uno se puede ir haciendo una idea del personaje -que no la persona- que fue el recién fallecido Fernando Sánchez Dragó: un personaje que se vendía muy bien, al estilo de Cela y Umbral (pero, para mí que algo he leído de los tres, bastante peor escritor).
Hace un par de años, al hilo de la relectura que hice de la novela “El Dorado”, dije que como escritor Fernando Sánchez Dragó (lo digo yo que no tengo nada publicado y él unos cuarenta libros) me resulta infumable (inverosímil, insufrible, pedante, narcisista, con textos repletos de palabras que desvían la atención constantemente hacia lo culto, elitista e inteligente que es él).
Ayer puse en Facebook, para intentar explicar su estilo como escritor lo que sigue:
«Cuando en la página 174 de su libro Carta de Jesús al Papa leí: Tampoco, por cierto, es casual, hijo mío, sino claramente causal la alusión -llegado a esta etapa del relato de mi vida- al misterio de la Trinidad, porque fue precisamente allí, en Puri, donde pude resolver, al cabo, ese koan, esa aporía, ese nudo dialéctico, esa ecuación triofántica. Cerré el libro y dejé de leer a FSD. Hasta la fecha. En mi vida no hay cabida para el koan, la aporía, el nudo dialéctico, la Puri y la ecuación triofántica. No eres tú, soy yo. Fin”.
Luego en los comentarios al post dije, en relación a cuando alguien recordó que FSD contó (con poca maestría) que se había acostado con dos “lolitas” de trece años:
-“Yo creo que eso lo dijo para «vender» el libro que iba a sacar en su momento. Y hay que darle el valor -ético y moral- que se quiera.
Yo me quedo con lo que me gusta: leer, y lo que leí suyo no me gustó. Luego el que haya sido de un partido político u otro (en su caso daba igual, en esas cuestiones tenía más vidas que Toni Cantó) o que propusiera a Tamames como candidato a la moción de censura y demás, sirve una vez más para que los que se dicen de derechas opinen una cosa y los que se dicen de izquierdas, la contraria”.
A partir de ahí me dijeron un par de divertidos piropos: que lo mío es de un relativismo “peorro”, que no respondo a las preguntas porque me escabullo “como un jaboncillo demagógico” o que mis respuestas son como “espuma resbalosa”.
Todo esto debe ser cierto porque me lo han dicho (de manera incluso más vulgar) otras veces.
En resumidas cuentas: de Fernando Sánchez Dragó como persona no puedo decir mucho (no lo conocí), de lo que he leído suyo sí: es de los escritores que no aconsejo leer.
Fin.












