Leyendo la página 146 de “Entre líneas: el cuento o la vida” de Luis Landero en Tusquets Editores he descubierto que la memoria es patrimonio de la humanidad. O dicho de otra manera, leer nos convierte por momentos en “Funes el memorioso”, el joven del cuento de Borges que como consecuencia de un accidente fue capaz de recordar todo, pero lo que se dice todo todo de su vida.
Landero cuenta que se acuerda de que cuando él tenía ocho o nueve años (él o Manuel, su alter ego) su padre le obligó a leer delante de una cuadrilla de segadores analfabetos. Y es que a esa edad él ya leía de carrerilla.
Se acuerda de que se tuvo que poner delante de los campesinos de su pueblo -Alburquerque- con el “ya” –periódico desaparecido– que le pasó el padre. Un poco a trompicones, les contó a los desconcertados y sobrecogidos oyentes lo que ponía entre las páginas del periódico.
Esta anécdota, dice Landero, le recuerda a un discurso parecido que hizo don Quijote ante unos cabreros.
Y es que, al final solo somos el poso que la memoria va dejando de nosotros.
Recuperamos aquello que fuimos y que quisimos ser, maquillamos lo que no nos convence y contamos el pasado para vislumbrar el futuro.
Por haber leído e imaginado a Landero leyendo ante los asombrados vecinos de su pueblo, me he acordado de algo que me ocurrió cunando tendría yo nueve o diez años, allá por mil novecientos setenta y poco.
Mi padre tenía por costumbre los sábados llevarnos a sus tres hijos mayores al bar Hilario, en la calle Calvario, enfrente y un poco más abajo del que luego fue el bar Bocanegra.
Mientras él se tomaba cañas de cerveza o vino de pitarra con los amigotes viendo el fútbol por la tele, tomando aperitivos y desmenuzando boletos azules de a cinco pesetas la unidad que luego, si no tenían premio, acababan en el suelo con los restos de gambas, cáscaras de cacahuetes o de altramuces, nosotros correteábamos por el amplio salón -sin entrar en el patio del fondo porque la mujer de Hilario, y madre de Felipe, tenía mal genio-.
Una noche mi padre y sus contertulios de barra estarían más animados de lo normal porque recuerdo que nunca nos molestaban en nuestras correrías entre las piernas de los asiduos del bar, pero esa noche mi padre me fastidió llamándome a su lado diciéndome: “Niño, diles a todos estos la alineación del Real Madrid”. Allá que empecé: “Miguel Ángel, Sol, Benito, Pirri, Camacho, Velázquez, Del Bosque…”. Y ahora los del Barcelona: “Sadurní o Mora, Albadalejo, Migueli, Costas, De la Cruz, Marcial, Neeskens, Cruyff, Rechach…”. Venga los del Athletic. De estos que eran los míos me sabía más. Porteros Iríbar, Marro y Zaldúa, defensas, Lasa, Guisasola, Goicoechea, Astrain, Guisasola, Oñaederra hasta llegar a Dani, Carlos, Rojo I y Amorrortu de delantero centro reserva de Carlos.
Y es que me pasaba todo el día leyendo el Marca, el As y la Hoja del Lunes del hoy. Normal que me aprendiera las alineaciones de todos los equipos de Primera, Segunda y Tercera división (extremeña). Si es que todavía hasta me acuerdo hasta de la del Rayo: Alcázar o Mora, Anero, Uceda, Tanco, Rocamora, Guzmán, Felines, Potele y no sé si Marian y algún otro.
Y es que si nos ponemos a ello, podemos recordar muchos detalles de nuestro pasado, aunque inventemos algo para dar credibilidad y literatura al asunto.
Ya digo, la memoria es patrimonio de la humanidad. O debería serlo. Solo con que leamos un poco todos los días y sin necesidad de que nos convirtamos en Funes el memorioso.
Fin.












