No basta con el PIB para medir las consecuencias globales del crecimiento económico. A través de la historia, los economistas hemos sacralizado el instrumento crematístico del PIB como gran tótem para deducir la evolución económica, sin en absoluto pensar en las variables biofísicas que permiten ese crecimiento. No cabe duda de que estamos ante un indicador potente, el PIB, un indicador por supuesto que explicativo y de gran utilidad: sobre todo en la génesis de su formación, durante la Gran Depresión y cuando Simon Kuznets lo ideó en la década de 1930, y ante la urgencia de medir el desarrollo de aquellas economías que, se creía, se ajustaban de forma casi automática y bajo las reglas del patrón-oro.
Ahora bien, la utilización sin mesura de la medida estrictamente monetaria del crecimiento económico me sigue pareciendo insuficiente ante nuevos retos como los derivados del cambio climático –Kuznets seguro que entendería esta posición –, y máxime cuando siempre hemos hablado que el objetivo de nuestro pensamiento económico se centra en detectar y mitigar impactos –o externalidades negativas– Pero este concepto, sin duda, parece mucho más efectivo cuando tales consecuencias afectan de manera directa a contextos físicos, biológicos, naturales. Sin duda alguna este último asunto es de tal magnitud que incluso entidades ortodoxas, como los bancos centrales, están entrando en él de forma decidida, dada la incertidumbre, incluso financiera, que reside por ejemplo en las consecuencias del cambio climático.
Pero el empirismo de este nuevo paradigma lo debemos hallar en la relación de la Biología y la Termodinámica frente a la Economía. La Economía debe seguir tendiendo nuevos puentes, también con la Física, con la Química; el economista debe ser holístico y enterrar su arrogancia. Porque en la economía, los procesos entrópicos aparecen con nitidez, fenómenos que siempre han existido pero que eran ignorados, sistemáticamente, por la economía convencional. (En este sentido, la entropía se entiende como la cantidad de energía no disponible).
Nunca debemos olvidar que la extracción continua de recursos naturales es clave, toda vez que es el elemento que a largo plazo determinará –ya está determinando– el destino de la humanidad. El proceso económico se encuentra cimentado sólidamente en una base material que está sujeta a determinadas restricciones, por ejemplo, la energía libre que el hombre puede aprovechar procede de dos fuentes distintas: por un lado, la cantidad de energía de los depósitos minerales contenidos en las entrañas de la Tierra; por otro, las radiaciones solares interceptadas por ella. El hombre domina casi por completo la dotación terrestre, por lo que en teoría podría utilizarla toda, pongamos, en un solo año. Pero, por ejemplo, carece de control sobre el flujo de radiación solar, ni puede aplicar hoy el flujo del futuro, de aquí el sentido holístico de la nueva economía, piedra angular por ejemplo de la economía circular, verde o economía azul.
En esta nueva economía, los hechos físicos llevan a una reflexión profunda sobre la propia ciencia económica, en un sentido claro: los paradigmas convencionales no siempre tienen respuestas adecuadas para afrontar los serios problemas ambientales que zarandean el planeta, tanto a escala general como dentro de un ámbito más local y/o regional. Por esto resulta contraproducente replantearse los conceptos económicos que han sido creados para tratar cuestiones en un contexto de sistema cerrado, es decir, como si no existieran la biosfera ni las leyes físicas.
La Economía Holística ha alcanzado ya la necesidad de estudiar el funcionamiento de los ecosistemas, a fin de profundizar qué es realmente lo que se va a gestionar. De igual manera empieza a decidir qué estilos de vida y de desarrollo son compatibles o sostenibles con los diferentes ecosistemas y si las tecnologías disponibles son las adecuadas para lograr este fin. Ahora bien, esto no significa pasar de un reduccionismo económico a un reduccionismo ecológico. La ecología proporciona conocimientos sin los cuales no sabríamos dónde estamos, en términos biológicos; pero no nos puede explicar ni la existencia de enormes diferencias de renta y riqueza, tanto entre países como dentro de cada uno de ellos ni, por tanto, la disparidad en el consumo de recursos naturales y de generación de residuos.
Por último, pienso que los economistas debemos ver nuestro campo de trabajo interrelacionado con otras disciplinas, máxime cuando tenemos delante el reto crucial del cambio climático. Esto nos debe obligar a leer materiales que publican físicos, químicos, ambientalistas, sociólogos, geógrafos, historiadores , biólogos e incluso filósofos y a trabajar conjuntamente con ellos, máxime cuando el principal objetivo del economista actual, es medir las externalidades económicas con nuevos parámetros . En esto la visión holística de la economía es fundamental para adentrarse en terrenos desde los que se emiten informaciones esenciales que condicionan e impactan en el comportamiento humano y en la naturaleza de los procesos de producción.












